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domingo, 4 de septiembre de 2011

La curación de un niño.


LA CURACIÓN DE UN NIÑO

La curación de un niño

Jesús oró por los niños, consciente de que ellos guardan un lugar especial en el corazón de Dios.
 Él oró por ellos con una fe inmutable en el poder de Dios para bendecirlos y sanarlos.
 Jesús sabía que Dios siempre está presente en cada niño como vida, salud, fortaleza y
perfección puras.
 Él demostró una y otra vez que un corazón amoroso y una mente llena de fe pueden manifestar
 este espíritu morador de vida.

Desde el tiempo en que Jesús sanó a los niños hasta el momento presente, el poder sanador de
 Dios no ha cambiado. Al orar por un niño, mantén tus pensamientos en calma y tu fe fuerte.
Ve la vida -un torrente continuo de vida-fluyendo sin obstáculos en cada célula.
 Ve con resolución más allá de las apariencias y ve al niño o a los niños que deseas bendecir
 sostenidos, envueltos y rodeados por el amor  de Dios y fortalecidos por la vida divina.
Ve todas las funciones de mente y cuerpo trabajando en armonía que crea salud.

Permite que éste sea tu pensamiento y tu oración: Eres creado a la imagen y semejanza de Dios.
 La salud y la perfección están establecidas en ti.

Los niños, con su fe sencilla y su disposición innata de expresar vida, responden rápidamente
a los pensamientos y las palabras positivas de vida y salud. Responden al amor y a la oración
fervorosa con la misma seguridad con que la planta responde al calor y a la luz del sol.

Poner tus preocupaciones en manos de Dios en oración te bendice y te eleva.
 El niño por quien oras sentirá de manera innata tu fe y tu paz mental, las cuales fortalecerán
 su fe y paz mental y acelerará el proceso de curación. Una vez que has puesto tus preocupaciones
 en manos de Dios en oración, eres completamente libre para abrir tu corazón al niño que busca tu
amor y tu seguridad.

Recuerda que nada es demasiado para pedir a Dios y nada es demasiado pequeño para que el poder
de Dios lo armonice, sane o ajuste. A medida que oras, eres un canal para el poder sanador de Dios.
Llamas al espíritu de Dios de vida perfecta a la actividad.
 Pequeñas Semillitas

Invocación a la confianza.


INVOCACIÓN A LA CONFIANZA

 Invocación a la confianzaAutor: A. Pangrazzi

Ayúdame Señor, a creer que detrás de las nubes está el Sol; que los desnudos árboles de otoño
volverán a vestirse de hojas, si tengo la paciencia de esperar.

Ayúdame Señor, a comprender que para alcanzar la cima de la montaña hay que atravesar el largo valle.
Que la vela difunde su luz a base de consumirse poco a poco.

Ayúdame Amado Señor, a desprenderme de las pretendidas seguridades que no puedo tener y que
me hacen tan inseguro; ayúdame a comprender que mis temores aumentan mi inquietud y
mi impaciencia.

Ayúdame Señor, a aceptar mis limitaciones.

Confío en tí como un niño que se siente seguro en brazos de su madre.

Ayúdame a caminar por donde no puedo ver sabiendo que tú estás ahí conmigo. 

Calma mi paso Señor.


CALMA MI PASO SEÑOR...

¡Calma mi paso, Señor!Desacelera los latidos de mi corazón, calmando mi mente.
Diminuye mi ritmo apresado con una visión de la eternidad del tiempo.
En medio de las confusiones del día a día, dame la tranquilidad de las montañas.
Retira la tensión de mis músculos y nervios con la música tranquilizante de los ríos de aguas constantes que viven en mis recuerdos.
Ayúdame a conocer el poder mágico y reparador del sueño.
Enséñame el arte de tomar pequeños descansos: reducir mi ritmo para contemplar una flor, charlar con un amigo, acariciar a un niño, leer un poema, oír una música preferida.
Calma mi paso, Señor, para que yo pueda percibir en medio de la incesante labor cotidiana de los ruidos, luchas, alegrías, cansancios o desalientos Tu presencia constante en mi corazón. Calma mi paso, Señor, para que yo pueda entonar el cántico de la esperanza, sonreír para mi prójimo y callarme para escuchar Tu voz.
Calma mi paso, Señor, e inspírame a enterrar mis raíces en el suelo de los valores duraderos de la vida, para que yo pueda crecer hasta las estrellas de mi destino mayor.
¡Gracias, Señor, por el día de hoy, por la  familia que me diste, mi trabajo y, sobretodo, por Tu presencia en mi vida. 

 

Jesús no tiene manos.

JESÙS NO TIENE MANOS...

 
Jesús no tiene manos 

JESÚS no tiene manos,
tiene sólo nuestras manos
para construir un mundo nuevo
donde haya más fraternidad y justicia.

JESÚS no tiene pies,
tiene sólo nuestros pies,
para poner en marcha a los derrotados
por el camino de la libertad.

JESÚS no tiene labios,
cuenta tan sólo con nuestros labios
para anunciar a los hombres
la buena noticia de la salvación.

JESÚS no tiene recursos,
cuenta tan sólo con nuestro trabajo
para lograr que todos los hombres
vivan como hermanos.

JESÚS, aquí tienes mis manos, mis pies,
mis labios, mi trabajo, mi sonrisa,
mi tiempo, mi ilusión, mi vida.

¡Aquí estoy Señor!
¡Iré contigo!
Eduardo Cáceres Contreras

La Fe

LA FUERZA DE LA FE...

LA FUERZA DE LA FE...
 
Jesús acababa de realizar el milagro de la multiplicación de panes y peces. Hoy nos dice el evangelio que “obligó a sus discípulos a marcharse en la barca mientras El despedía a la gente”. Este es un gesto severo por parte de Jesús, que realiza cuando tiene alguna tentación. La tentación, según nos cuenta el evangelista san Juan, era que la gente, después del milagro, quería proclamar a Jesús como rey. No habían entendido el sentido mesiánico de la vida de Jesús sufriente y servidor. Pensaban en un Mesías triunfante, que, como entonces, les pudiera dar siempre de comer. Jesús sabía que los apóstoles no estaban lejos de esas ideas y que se unirían a la idea de proclamarlo rey material. Por eso les obliga a marcharse y con paciencia procura tratar de convencer a la gente para que se vayan en paz. Jesús entonces se retira al interior de aquel monte a orar. Pediría fuerzas a su Padre para continuar en su misión.

Se nos habla después de la tormenta que se suscita en torno a la barca donde iban los apóstoles. Según el modo oriental de escribir, aquí de manera simbólica quiere hablar de varias tormentas. En primer lugar la tormenta que había en el alma de los apóstoles. Luchaban con la idea que habían aprendido siempre sobre el sentido de grandeza humana que se daba al Mesías y lo que veían hacer y decir a Jesús. En su alma se mezclaba la fe con la duda. También en nosotros hay fe y hay tempestades. El poder de Jesús no consiste en que no se levanten tempestades, sino en que se haga sentir en medio de ellas. Por eso Jesús se hace presente en medio de la tempestad.

Dice el evangelio que Jesús se acercó caminando sobre el agua. El agua, según el lenguaje simbólico de la Biblia, representa muchas veces las fuerzas del mal. Jesús siempre está por encima del mal para darnos la paz en el bien. Dios siempre nos da la paz. Todo lo que produce intranquilidad no es de Dios, sino del diablo. Los apóstoles creen que es un fantasma y gritan; pero Pedro, que es el más voluntarioso, cuando ha escuchado la voz de su Maestro, que les quiere dar confianza, le pide su permiso para caminar hacia El y Jesús le dice: “Ven”.

En nuestra vida también hay momentos donde se nos hace difícil tomar una decisión, porque nos parece que todo está en contra. Si escuchamos la voz de Dios que nos dice: “ven”, vayamos con valentía. La fe serena en el Señor nos da las fuerzas para no hundirnos en nuestros temores e inseguridades.

Y san Pedro comenzó a hundirse. Su fe se tambaleó ante las dificultades: Dejó de mirar a Jesús y se fijó más en las dificultades que lo rodeaban. Pero gritó: “Señor, sálvame”. Este es el gran ejemplo para nuestra vida. Habrá momentos en que todo parece que se hunde y aun las cosas que creemos haber hecho para la gloria de Dios. En esos momentos tengamos al menos la suficiente fe como para clamar a Dios: “Sálvame”. Y en verdad que sentiremos la mano amorosa de Jesús que como a Pedro nos levanta. Quizá oigamos, como lo oyó Pedro, la voz cariñosa que nos advierte: “¿Por qué has dudado?”. Nosotros le digamos con amor: “Jesús, en ti confío”.

Y subiendo Jesús a la barca, se calmó el viento. A través de los  comentaristas más antiguos este pasaje es símbolo de lo que pasa en la Iglesia. Quizá san Mateo lo escribía pensando ya en lo que pasaba en su comunidad cristiana. A través de la historia ha tenido y tiene la Iglesia muchas dificultades que provienen desde el interior y del exterior de ella. Ha habido muchos escritores que han creído que esa barca eclesial estaba ya a pique. Pero desconocían la fuerza de la presencia de Jesús en ella. No es sólo una presencia simbólica y externa, como puede ser representada en la jerarquía, que puede fallar o la pueden hacer desaparecer por cierto tiempo, sino es una presencia real, positiva, que a veces se deja sentir en medio de una gran tormenta o que a veces se presenta en ella y en cada uno de nosotros de una manera suave como la brisa. Así se manifiesta la presencia de Dios al profeta Elías en la primera lectura de hoy, cuando está perseguido y cree que todo está hundido

Enviado por el P. Silverio Velasco (España)