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domingo, 4 de septiembre de 2011

Meditaciones sobre Dios.


DIOS ES UN NIÑO GRANDE

Autor: P. Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: Catholic.net
Dios es un niño grande
Nos cuesta mucho sonreír, hemos perdido la capacidad de maravillarnos por cosas
 pequeñas, de gozar cada momento presente.
Dios es un niño grande


Una madre, para dar ánimo a su hijo, lo llevó a un concierto
de Paderewski.
El hijo entró en el escenario y empezó a tocar el piano.
Cuando las cortinas se abrieron, el niño estaba interpretando
 las notas  de “Mambrú se fue a la guerra”. En aquel momento,
 el maestro hizo su entrada, fue al piano y  susurró al oído
del niño: “No pares, continúa tocando”. Entonces Paderewski
extendió su mano izquierda y empezó a llenar la parte del bajo.
Luego, puso su mano derecha alrededor del niño y agregó un bello arreglo de
 la melodía. Fue una experiencia creativa.
El público estaba entusiasmado.

Dios es el gran maestro que nos enseña y nos dirige con sus manos divinas.
Con su presencia inunda de vida toda nuestra existencia. “El Señor exulta de gozo
 por ti, te renueva con su amor, danza por ti con gritos de júbilo como en los días
 de fiesta” (So 3,17-18).

Dios es alegre y joven. La Escritura nos habla así de Dios: crea la vida “entre
el clamor de las estrellas del alba” (Jb 38,7), la hizo con sabiduría (Pr 8,30).
 Dios disfruta y no sólo en su intimidad; salta de satisfacción al ver a los
suyos, a su amado pueblo: “Me regocijaré en  mi pueblo” (Is 65,18).

A nosotros, los adultos, nos cuesta mucho sonreír. Las preocupaciones nos
 arrancan el gozo de poder disfrutar. Necesitamos hacernos como niños
 para entrar en el reino de los  cielos (Mt 18,3), para gozar cada momento
 presente, para deleitarnos con todo lo bello de la vida, como si lo
contempláramos por primera vez.

El adulto ha perdido la capacidad de maravillarse, de asombrase por los
grandes y  pequeños acontecimientos.
 El adulto ha aprendido a pensar y actuar de una forma autómata y rígida.
 Y ha aprendido también a preocuparse de los negocios, de lo que los
demás pensarán  y dirán de él.
 Se reciben aplausos si se actúa de acuerdo a las expectativas de los otros.

El adulto funciona a base de normas. Se hace serio y competitivo.
Ha cifrado su importancia en el trabajo duro, en la ocupación,
 en tener cosas... Éstas  son sus metas, aunque para ello tenga que
dejar de sonreír, vivir amargado y, a veces,  hasta enfermar.

Según el pasaje evangélico de Mc 10,13-16, los discípulos actúan
como “el adulto” y no  permiten que los niños, la alegría personificada,
se acerquen a Jesús. Sin embargo, él, que  era libre, acogía a los niños
 y destacaba su forma de actuar.

El adulto que redescubre el niño interior aprende “lo que ha de
 tomarse en serio para reírse de lo demás” (Herman Hesse).
 Esto crea una armonía profunda de espíritu y
 de unidad con el Creador.

Descubrir el niño interior que llevamos dentro nos puede ayudar
 mucho a despertar a la vida, a contemplar con sorpresa las maravillas
que nos topamos cada día, a valorar más el ser que el hacer.
Necesitarnos volver a la niñez para darnos mayor cuenta de
 todo, para vivir sin prisas, para invertir tiempo en el descanso y el juego.
 Quizá debamos orar con las manos juntas y los ojos cerrados como los
 niños, pidiendo  al Amigo que nos enseñe a disfrutar con lo que tenemos;
que nos haga más plenamente  conscientes de lo que vemos, tocamos,
gustamos y olemos; que nos dé ojos para  descubrir los grandes tesoros
diarios y vivir en alegría y gratitud; que nos dé el coraje  de ser nosotros
mismos para no dejarnos llevar por una vida de normas ni por el  qué
dirán; que nos devuelva el alma de niño para disfrutar de todo y con todo.

Acercarnos a los niños nos puede ayudar a ser como ellos: tener sus ojos,
pensar como ellos, sonreír y disfrutar la vida como ellos.



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